La sostenibilidad no es una opción.
No lo es en ninguno de los ámbitos de la vida si realmente nos importa la supervivencia, o la vida tal y como la hemos conocido, de nuestras generaciones futuras. Pero mucho menos es una alternativa en un sector, el vitivinícola, que vive de lo que la tierra nos da, o nos presta. Porque los recursos naturales que están a nuestro alcance no son propiedad de una persona, una institución o una generación, lo son de los que estuvieron y de los que vendrán. Con ese propósito, el de ser conscientes de que antes hubo personas que nos legaron la tierra y que, por el mismo pacto no escrito, nosotros tenemos que cederla a los que vienen después en las mejores condiciones posibles, muchas bodegas hemos comenzado a implantar medidas concretas y de profundo calado.
El sector del vino siempre ha sido uno de los más avanzados en activar políticas de sostenibilidad en todos sus procesos, desde el propio viñedo (donde parece más evidente) hasta el producto terminado. De hecho, son varias las certificaciones que han surgido para contribuir a vehicular las buenas prácticas sostenibles, entre ellas está Wineries for Climate Protection, auspiciada por la Fev y a la que más bodegas españolas se han adscrito. En general, estas políticas de sostenibilidad giran en torno a varias líneas de actuación, las más conocidas son las que tienen que ver con la reducción de emisiones y la reducción de consumos. La primera de ellas va desde la utilización de energías verdes (también el autoconsumo) hasta minimizar el peso de las botellas y su incidencia en el transporte. La segunda, aborda la reducción de consumos, como el aprovechamiento del agua o su reutilización para ciertos procesos.
Sin embargo, si realmente hablamos de sostenibilidad y nos adentramos por todas sus ramificaciones, descubrimos que hay otras actividades en una bodega que pueden someterse a una revisión que vaya en línea con el resto de medidas medioambientales. ¿Cuál? Quizá si preguntamos a los agentes implicados en el vino no es la primera que nos venga a la mente, pero, sin duda, es una de las que más relevancia está adquiriendo en el sector y que más en contacto está con el consumidor, par quien, según la mayoría de los estudios recientes, son muy valorables las compañías con el compromiso de sostenibilidad. Sí, hablamos de enoturismo. Desde este punto de vista hay tres líneas muy claras a seguir, como hemos hecho en Bodegas Izadi, recientemente galardonada con el Best Of por sus prácticas sostenibles.
En primer lugar, se trata de reducir al mínimo el impacto de la actividad turística en el entorno, principalmente, evitando que haya más emisiones en zonas de alto valor natural y paisajístico. El ejemplo lo tenemos con las experiencias en viñedo, al que se llega a bordo de un transporte tan sostenible como la bicicleta eléctrica, que, además de ser respetuoso y asequible para todo el mundo, transmite una serie de percepciones que no podrían darse con otro medio.
En segundo lugar, Izadi busca reducir los residuos (pocos, pero existentes) que se generan con las visitas, utilizando material 100% reciclado (desde las servilletas, las minutas, los embalajes de la tienda…). Del mismo modo, en las propuestas que incluyen maridajes se proponen productos de proximidad (habitualmente llamados de kilómetro cero) y, en la medida de lo posible, ecológicos.
En tercer lugar, hay un alto componente de concienciación. No hay que olvidar que nuestros compañeros de enoturismo son los que tienen contacto directo con el consumidor, a quien no sólo hay que hacerle disfrutar e incentivar su conocimiento y pasión por el vino, sino que debemos transmitir todos nuestros esfuerzos, todo lo que este sector está haciendo por preservar el entorno. ¿Qué pensarían nuestros enoturistas si vieran que maltratamos aquello de lo que tanto presumimos?
Por tanto, desde nuestras bodegas, y más concretamente desde el área de enoturismo no sólo tenemos que repensar cada día cómo hacer nuestras actividades más respetuosas, sino que, además, hemos de, predicando con el ejemplo, apostolizar sobre la necesidad que tiene este sector (y todos en última instancia) en devolver lo que la naturaleza no está prestando. Es nuestra deuda y no hay otra opción.
Iván Pérez, director de Marketing de Artevino Family Wineries y docente del Máster de Formación Permanente en Enoturismo de UNIR